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26 abril, 2024

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Ser gobernador en México

Columna por IRMA RIBBON

Un recuento de la actividad criminal de los exgobernadores en los últimos años no solo daría para decenas de procesos judiciales, sino también sería un excelente motivo para la crónica literaria. La alternancia en México no terminó con la corrupción de los gobernadores acaso la diversificó. Estos dictadorzuelos regionales han sido comparados con los virreyes de la corona española que lejos del control férreo del rey, hacían y deshacían a su antojo en una versión del poder como licencia para el despojo. Legendarios por criminales, son los gobernadores históricos del PRI como Gonzalo N. Santos en San Luis Potosí o Maximino Ávila Camacho en Puebla, quienes no solo disponían a voluntad del erario sino de la vida o la muerte de las personas, en especial la de sus enemigos políticos. Esa era la norma del sistema porque estos personajes seguían el modelo del presidente. El control férreo de los medios y la información dejaban solo para los historiadores el recuento de sus tropelías. Pero la época en que las caídas de gobernadores eran dictadas desde la presidencia, obedecidas disciplinadamente en los estados y presentadas como transiciones ordenadas ante la opinión pública, terminaron con la detención, proceso y extradición de Mario Villanueva Madrid del PRI Gobernador de Quintana Roo (1993 – 1999) quien desde el 2010 purga una condena por narcotráfico y crimen organizado. A Villanueva Madrid le han seguido en la última década una amplia lista de políticos de todos los partidos lo que confirma nuestra afirmación sobre la existencia de un pacto de impunidad que unifica a la clase política mexicana. De la misma manera una tarea pendiente es hacer el mismo recuento de los presidentes municipales corruptos lo que quizá nos llevaría años. Menos esfuerzo sería hacer una lista de los honestos, bastaría con los dedos de una mano y yo creo sobrarían varios.

El problema radica en que el actual modelo a seguir para los políticos mexicanos tiene como características principales, la creencia que los cargos de representación popular son en realidad patrimonio propio, presentan una ausencia total de principios tales como conflicto de intereses o rendición de cuentas y tienen la convicción en que la medida de todo político es el dinero. Contra lo que pensamos millones de mexicanas y mexicanos, para ellos el modelo corrupto es un modelo exitoso dado que el más acabado ejemplo del ideal de político ocupa actualmente el más alto cargo del país.

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